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jueves, 12 de marzo de 2015

AJENJO (Capítulo I "El desconcierto")


En estos momentos y por un tiempo limitado, estoy llevando a cabo cambios en mi web a fin de adaptarla y ofreceros una página más interesante e interactiva. Por ello, y durante el tiempo necesario para concluir dicho proceso, os adjunto aquí el capítulo I de Ajenjo, que ya teníais disponible en la mencionada web.

 
 

1.ª Parte

(El misterio)

Tomás, logión 10.—«He lanzado fuego sobre el mundo y he aquí que espero a que prenda».

 

Capítulo I

(El desconcierto)

 
Tomás, logión 49.—«Bienaventurados los solitarios y los elegidos porque encontraréis el reino. Como sois de él, de nuevo iréis allí».
 
 
 
Desde la terraza de la cafetería Blanca miraba la rampa de lanzamiento ahora desierta. Hacía un mes que había estado allí mismo, mirando emocionada cómo un cohete despegaba para recorrer parte de ese espacio que siempre le había fascinado. Tal vez, pensó, si las circunstancias hubiesen sido otras, ella misma podría haber ido en un cohete como ese.

Pero el destino había tenido otros planes para ella, y estaba bien, no se quejaba, era su hijo quien surcaba el espacio en esos momentos.

Pensó en la curiosa forma en la que el universo iba entrelazando sus hilos, hasta componer un tapiz tan bello al final como incomprensible a priori.

Jamás hubiese imaginado, cuando contaba con la edad que ahora tenía su hijo, que la vida le iba a conducir a ese lugar tan alejado del que hasta hacía tan solo dos años había sido su hogar.

Blanca era una mujer de cincuenta y tres años, de ojos color chocolate con leche y mirada profunda, cabello ondulado a media melena, que en su origen había sido castaño con un ligero tono cobrizo y que ahora llevaba salpicado de finas mechas para disimular las incipientes canas.

Ese día vestía pantalón vaquero, botas altas de medio tacón color cámel y jersey largo del mismo tono, coronado por un amplio cuello que le caía en cascada dibujando una gran vuelta.

Asintió en silencio a sus propios pensamientos, sí, definitivamente había tenido una buena vida junto a José y había criado dos hijos estupendos. La menor, Anabel, estaba rodando una película en la selva brasileña ¿o peruana?, nunca lograba recordarlo. El mayor, Javier, se había convertido en astronauta y culminaba en esos momentos su sueño tras conseguir un puesto en la última misión espacial de la Nasa.

En momentos como ese era cuando más echaba de menos a su esposo, muerto de un infarto de miocardio hacía ahora tres años. A partir de entonces Javier y Andrea, su nuera, se habían convertido en su familia más cercana. Bela, que así le gustaba a Anabel que la llamaran, andaba siempre de acá para allá, así que cuando ellos se trasladaron a Estados Unidos y le propusieron que les acompañara, aceptó de inmediato el ofrecimiento. Pensó que tal vez podría ser un apoyo para Andrea cuando Javier partiera al espacio, o tal vez esa había sido una excusa tan buena como cualquier otra para permanecer al lado de su hijo.

Así era esa providencia con la que había aprendido a convivir y a la que había acabado por respetar, como hubiese dicho Rebeca, una amiga cubana, «¡Ay m’ija!, lo que sucede conviene».

En realidad, en esos momentos de su vida, cuando iniciaba el camino de reencuentro consigo misma, ya no deseaba mucho de este mundo. Tal vez, contemplar el rostro de su hijo descubriendo el cosmos desde esa pequeña cápsula, de la única forma en la que ella creía que se podía llegar a descubrir algo, desde la distancia.

Blanca giró sobre sus talones, y tras detenerse unos instantes a observar la pantalla de televisión, a través del cristal de la cafetería, se volvió para mirar a su joven acompañante.

—Andrea, dime, ¿qué piensas de todo esto, crees que se acabará el mundo?

Dio un sorbo a su taza de café, mientras observaba imágenes del circo que se había montado a raíz de las tan llevadas y traídas profecías mayas.

Andrea era una chica menuda y morena, de enormes ojos verdes enmarcados en negras pestañas que conferían una gran viveza y profundidad a su mirada. Era sin duda el rasgo más destacado de un rostro agradable.

—Bueno Blanca, pues no se qué decirte, no es la primera vez que vivimos un fin del mundo. Me cuesta trabajo creer en esos vaticinios.

—¿Y si las otras veces también hubiese sido cierto?

Blanca planteó la interrogante a modo de pregunta retórica.

Andrea guardó silencio, tal vez a la espera de que continuara con su argumento, pero cuando se convenció de que no sería así, suspiró y movió la cabeza incrédula. Quería a Blanca, pero a veces le costaba entenderla.

Olvidó enseguida el tema cayendo en la cuenta de la hora que era.

—Blanca tenemos que entrar. Dentro de cinco minutos abrirán las comunicaciones.

Blanca dejó su taza en la mesa de la terraza y siguió a Andrea sin poder ocultar su nerviosismo. La anticipación del momento que estaban a punto de vivir había instalado un vacío en un lugar indeterminado de su vientre.

Blanca y Andrea eran dos mujeres muy distintas que, quizás justamente por eso, habían aprendido a quererse y a respetarse profundamente.

Ese día ambas mujeres estaban unidas por algo más que la mutua simpatía, ese día esperaban impacientes la oportunidad de volver a escuchar la voz de la persona amada.

Poco después de llegar a Florida, Andrea se había hecho cargo de un nuevo programa de divulgación científica puesto en marcha por el departamento de Física del Centro Espacial, así que ahora ella también trabajaba allí, por lo que estaba bastante familiarizada con aquel recinto.

Mientras caminaban deprisa por el largo pasillo que llevaba a la sala de control, al pasar junto a uno de los grandes ventanales, Blanca se detuvo un instante dejando que Andrea se adelantara, luego aceleró el paso para colocarse de nuevo a su lado.

—Vaya, por un momento me ha parecido percibir un extraño efecto luminoso, no se, ha sido como si el sol se desdoblase. Últimamente se me repiten esas extrañas sensaciones, seguramente estará relacionado con ese dichoso glaucoma de herencia paterna, tendré que hacer que me revisen la tensión ocular.

—Pues deberías tomártelo en serio, esa enfermedad puede resultar muy traicionera.

Cuando entraron todo estaba a punto en la sala de control. John, el marido de Hanne, y Maggie, la mujer de Robert, los dos compañeros de viaje de Javier, ya estaban allí.

A lo largo de tres grandes hileras, otros tantos distribuidores continuos, en tonos gris metalizado, unían medio centenar de puestos de control individuales. A Blanca le pareció el escenario de una de aquellas películas de ciencia ficción con las que se había deleitado cuando era más joven. Desde luego aquel recinto guardaba poco parecido con aquel otro que recordaba haber visto una y otra vez, y donde, tal vez mucha más gente, se afanaba en conseguir una buena comunicación con el Apolo 11, en esos momentos sobre la superficie lunar.

Carlos, el jefe de operaciones ya estaba colocado delante del panel de control junto a uno de los técnicos, un joven alto y rubio de aspecto algo desgarbado. En cuanto las vio llegar les hizo un gesto para que se acercaran. El protocolo de comunicación ya había comenzado, pero aún tardaron unos minutos en ultimar los detalles. Poco después, un galimatías precedió a un ruido de fondo y luego pudo escucharlo alto y claro. Andrea se acercó a la mesa de control un poco más:

—Hola, ¿que tal por ahí?

—Javier, Javier, ¿eres tú?

Otro ruido de fondo y luego una voz nítida y clara.

—Hola cariño, claro, no hay mucha más gente por aquí arriba.

La risa que culminó el comentario, fue una clara constatación del buen humor que parecía reinar en el seno de aquel pequeño grupo espacial.

Aquella pequeña broma fue festejada por los miembros del equipo de control, tal vez como vía de escape a la tensión acumulada.

—¿Cómo estás?

Andrea tuvo que aclararse la voz, posiblemente para mantener los nervios a raya, antes de contestar:

—Bueno, muy contenta, aunque tengo que reconocer que un poco nerviosa, ¿y por ahí arriba?

De nuevo la voz clara de Javier, que parecía estar en la sala de al lado. Blanca no pudo dejar de sorprenderse ante lo increíble de los avances en comunicaciones en los últimos tiempos. Recordaba aquel aire añejo de las voces con timbre metálico. Ahora parecía que las comunicaciones bien pudieran estar manteniéndose entre dos salas contiguas.

—Esto es impresionante, ojalá pudieses estar aquí para verlo. ¿Sabes?, desde esta distancia los pequeños problemas de ahí abajo adquieren otra dimensión.

Por un momento no se escuchó una mosca, la trascendencia del momento había contagiado a todo el mundo en aquel recinto. Fue de nuevo la voz de Javier la que rompió el hechizo

—¡Ah!, no te lo vas a creer, pero hasta tenemos bolsitas especiales de cava para celebrar el fin del mundo.

A través de los altavoces se escucharon de nuevo las risas divertidas de los tres astronautas, mientras las felicitaciones se sucedían a lo largo de aquella extraña sala.

—¡Tengo tantas ganas de volver a verte!

A pesar de su fortaleza, Andrea no pudo evitar un punto de emoción que quebró ligeramente su voz.

—Bueno cariño, ya estamos en órbita. Es cuestión de un par de semanas, pronto nos veremos.

—Bueno Javi, parece que no hay mucho tiempo y no puedo acaparar el comunicador, Maggie y John esperan su turno. Te quiero.

Andrea se alejó un poco para dejar espacio a Maggie, sin embargo ésta no había hecho más que empezar a hablar cuando algo ocurrió. Se interrumpió un momento el suministro eléctrico, y luego silencio…

6 comentarios:

  1. Buen comienzo. Con sólo un capítulo ya ves por donde va la trama. Me gusta.

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    1. Gracias, espero que el resto te termine de atrapar.

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  2. Me ha encantado, el libro te atrapa desde el comienzo. Esperando el próximo!!!!

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  3. Es un libro de lectura muy amena, ligera fluida y casi adictiva. Atrapa al lector desde la primera pagina. La historia aparece complementada con pinceladas de teorias de grandes filosofos, reseñas bíblicas ... transmitidas con claridad y bien argumentadas y que dan forma a la historia. Personalmente me ayudo a ver cosas desde otra perspectiva haciendo que te planteees seriamente que no solo existe lo que vemos o lo que nos han enseñado sino que puede haber otras realidades que difícilmente nos planteamos en el dia a dia. También nos hace creer que tenemos mas fuerza interior de la que pensamos y que si buscamos respuestas y somos receptivos a las señales, las respuestas a muchas cuestiones suelen aparecer de forma hilada, casual y hasta azarosa. Tenemos que saber buscar para encontrar pero lo mas importante es que hay que buscar con la esperanza y casi certeza de hallar respuestas sin dejar escapar detalles que valoramos como insignificante en la mayoria de ocasiones.
    Mi mas sincera enhorabuena a la autora por su agil pluma , su capacidad de actuar como iman para el lector en una entretenida trama y transmitir su visión de otras realidades. Gracias

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  4. Es impresionante, yo lo tengo en papel y lo he vuelto a leer me encanta.

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