Hola
a todos, en primer lugar debo pedir
disculpas por este largo período de tiempo sin asomarme a esta ventana
desde donde, tan amablemente, seguís mis reflexiones.
Tengo
que explicar al respecto que he estado inmersa tanto en el proceso de creación como
en el, no menos intrincado, proceso de edición de una novela que muy pronto
verá la luz.
Dejando
aparcado este tema para comentar a su debido tiempo, hoy quería compartir con
vosotros algo a lo que no había dado crédito ni importancia hasta ahora pero
que hoy, de pronto, ha golpeado con fuerza en algún lugar de mi consciencia.
Me
explico, jamás había tenido la necesidad de tomar en consideración algo que sin
embargo lleva formando parte de las creencias de culturas ancestrales en
todo el mundo durante milenios.
Plantearse
que seres vivos como animales e incluso plantas puedan poseer alma y por tanto
determinado tipo de emociones era una cosa, pero conceder a los
objetos semejante cualidad ya era harina de otro costal.
Tengo
que reconocer que no dejaba de llamarme la atención que una sociedad tan
tecnológica como la japonesa, comparta sin embargo, de forma muy arraigada, la creencia
en la animación de los que en occidente consideramos objetos inanimados,
entendiendo aquí el adjetivo animado como provisto de ánima y no de movimiento.
Curiosamente
ya había meditado con anterioridad sobre la unidad del todo como fruto de un
mismo principio, y aunque pensándolo bien, esta reflexión que ahora hago
parecería una consecuencia lógica de dicha disertación anterior. En demasiadas
ocasiones lo lógico no es obvio para el observador que ha de luchar contra una
imagen bien arraigada en su pantalla mental, que es por otra parte la que se
ocupa de seleccionar lo que podemos y no podemos incluir en nuestro pequeño
mundo.
Era
pues obvio, que en mi pantalla mental los objetos no debían poseer este
tipo de consideración. Seguramente un japonés hubiese hecho la relación que
unía ambos asuntos de forma inmediata.
En
fin, para no divagar en exceso, lo que quería compartir con vosotros es el
hecho de que si convenimos en que todo lo que existe procede de una única
partícula de energía que se convirtió en luz, materia, espacio y
tiempo, y si ese proceso llevaba implícito la intencionalidad de una consciencia preexistente,
sería lógico pensar que toda materia procedente de aquel proceso, incluyendo la
materia supuestamente inerte, comparte o participa de algún modo de esa
consciencia.
Me
pregunto si, desde este punto de vista, se podría encontrar alguna explicación
a las creencias de muchas culturas, donde las imágenes que asemejan a
determinado individuo puede influir y participar de su misma esencia vital o
alma. Me estoy refiriendo a creencias animistas como el sincretismo, el budú o
en mayor o menor medida incluso la cultura católica a través de la imaginería o
el mismo judaísmo o las corrientes evangélicas que al prohíbir el uso de las imágenes,
tambien les atribuye algún tipo de poder, pues huelga decir que de considerar inocuos los objetos e imágenes creados con
alguna intencionalidad, no se tomarían la molestia de
prohibirlos. Así que, en todo caso, parece que ninguna de estas corrientes o
creencias consideran indiferente la influencia de objetos e imágenes en nuestra
realidad.
Por
otra parte, si atendemos al comportamiento de la energía, según la física
cuántica, ningún objeto o ser con el que otro objeto entrare en contacto
estaría efectivamente separado de este, ya que irremediablemente existiría entre ellos un
intercambio de partículas y por tanto de información. Lo que dicho de otro modo vendría
a ser igual a decir que "algo que ha estado unido, continúa estándolo siempre
de alguna forma".
En definitiva, yo no
puedo asegurar que conozco ni doy por cierta la respuesta a este dilema, sin
embargo creo que puede ser un tema digno de reflexión y quién sabe, tal vez un
paso más para la verdadera comprensión de la realidad que experimentamos.
“..Cortad un madero y me encontraréis, levantad una piedra y allí estaré yo...”
Jesús de Nazaret