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martes, 13 de enero de 2015

Dios y el fundamentalismo religioso


Hola de nuevo a todos.

En estos últimos días todos estamos intentando asimilar una de esas acciones que a la mayoría de los seres humanos nos deja el sabor amargo de la irrealidad.

Muchas cosas pueden hacernos sentir mal, pero pocas producen tanto malestar como aquellas que no somos capaces de comprender o cuando las pequeñas realidades de gente sin capacidad para ver más allá de sus narices se interponen en lo que nosotros considerábamos valores universales.

Quisiera hoy, en consecuencia, analizar esta realidad desde un punto de vista mucho más amplio, a fin de intentar descubrir con vosotros el sinsentido y la estupidez de estas acciones.

Y digo bien, creo que este tipo de acciones, vengan de donde vengan,  las reclame quien las reclame y crean tener la justificación que ellos consideren oportuna, no solo se pueden calificar de  barbarie, sinsentido o salvajismo, sino también y sobre todo de estupidez.

Voy a intentar explicar con la siguiente reflexión porqué utilizo este adjetivo.

Desde el principio del pensamiento humano, todas aquellas personas o colectivos que se han dedicado a indagar en la realidad trascendente de nuestra especie, intentaron advertirnos de que la comprensión de la divinidad quedaba fuera del alcance del ser humano.

Nos dijeron que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y nosotros entendimos que el hombre debía encerrar la deidad en el humilde cascarón que reviste nuestra temporalidad. Pero nadie nos había dicho que ese cascarón fuese nuestra identidad, de hecho si algo nos advirtieron esos mismos maestros fue que no confundiésemos contenido y continente.

En ese camino por entender de forma equivocada la trascendencia que se nos escapa, comenzamos a crear pequeños y miserables dioses por  doquier con tal falta de límites en el proceso, que hasta los españoles llegados a tierras americanas fueron considerados como tales.

Hoy os propongo hacer un esfuerzo por salir de esa caja restrictiva y acercarnos a esa trascendencia como lo haría un niño, sin los límites sociales impuestos.

Intentemos centrarnos para ello en la que, hasta el momento, se tiene como la teoría más cierta de lo que pudiera haber sido el principio de todo lo que conocemos como nuestro mundo.

Al principio fue una partícula de luz, una partícula energética tan densa que, por algún motivo que aún no conocemos estalló en un Big Bang creando a su paso tiempo y espacio.

Y ¿de qué forma lo hizo?, pues a la luz de lo que sobre el comportamiento de la energía y la materia conocemos, parece que es la frecuencia de vibración de esa energía la que determina sus características, y están van desde la más sutil energía hasta la más densa materia.

La vibración es sonido, por tanto no sería descabellado considerar en este contexto la siguiente afirmación (Al principio era el verbo y el verbo estaba en Dios, y el verbo era Dios, por él han sido hechas todas las cosas, y sin él nada de lo que existe ha sido hecho).

En este proceso no obstante, existe otra interrogante, si convenimos que somos seres conscientes, y que la consciencia es algo distinto a la luz y la materia ¿En qué momento de este proceso apareció la consciencia?

También podríamos convenir que la consciencia no es algo distinto a la luz y a la materia, que es otra forma de la energía, pero así también llegaríamos al mismo punto.

El punto en cuestión es que, salvo que a alguien se le ocurra un motivo por el cual la consciencia pudiera haber aparecido de la nada, en un momento X de ese proceso de creación, lo más lógico es pensar que ya estaba presente en el principio.

Como he dicho antes, ya fuera como un segundo elemento junto con la energía que explosiona, o bien entendiendo que esa energía preexistente y la consciencia eran la misma cosa, en cualquier caso, repito, llegamos al mismo punto, HE AQUI DIOS.

(A Dios nadie lo vio jamás, solo aquel que procede de Dios, ese ha visto a Dios)

Analicemos entonces aquí esta realidad: Si esa energía preexistente era consciente, tenía voluntad de actuar, tendríamos aquí el principio de todas las religiones que intentan explicar nuestra realidad trascendente.

Probablemente los conceptos  resultaban tan inabarcables que se cometió el error de definir el proceso diciendo que Dios creó el mundo, cuando probablemente se debió decir que Dios se convirtió en el mundo.

De nuevo tenemos que echar mano a esos conceptos que, durante milenios, los maestros trascendidos nos han ido legando.

Todas las tradiciones espirituales, de una u otra forma, nos han dicho que "Como es arriba es abajo, que como el microcosmos el macrocosmos, que como es adentro es afuera"

Recuerdo que hace algún tiempo colgué en este blog un hermoso video que hacía un recorrido desde un electrón hasta una estrella distante, atravesando para ello todas las capas de la realidad, desde lo más microscópico hasta la inmensidad del  universo. El autor de este video hacía ese viaje para  demostrarnos que el microcosmos era igual al macrocosmos, de hecho la imagen que abre el video es idéntica a la imagen final.

La geometría fractal por otro lado, también nos ha venido a demostrar que en el universo, cada parte autoreplica al todo (a su imagen y semejanza)

Por eso cuando algún yogui, místico o maestro, meditando o en éxtasis, ha alcanzado por un momento algo parecido a la iluminación, siempre lo describen de la misma forma (De pronto sentí que no tenía límites, que mi ser lo abarcaba todo). También Jesús lo dijo (corta un árbol y me encontrarás, levanta una piedra y allí estaré yo) (estaba en Dios y vuelvo a él).

Pero ¿cómo podemos comprender que somos esa consciencia del todo si nuestra mente solo percibe nuestra pequeña realidad?

Tal vez cogiendo otra de esas frases guía (como el microcosmos el macrocosmos).

¿Por qué no nos fijamos en cómo funciona el milagro de la vida que observamos a diario?

Un óvulo es una célula (como antes con el Big Bang, también aquí ignoramos cuando aparece la consciencia).  De pronto ese óvulo, al juntarse con el espermatozoide, comienza a dividirse.

En la primera fase de crecimiento del embrión, todas y cada una de sus células contiene la información de la totalidad, es igual a la totalidad.

Sin embargo hay un momento en este proceso de desarrollo, cuando se comienzan a crear los órganos, en el que algo dentro de cada célula restringe la mayor parte de la información, dejando solo aquella que será útil para el nuevo cometido de esa célula.

Así las células del hígado solo tendrán la información de este órganos, e igualmente pasará con cada órgano.

Es seguro que esta restricción de información no solo está justificada, sino que es imprescindible para que cada célula realice correctamente su función.

Probablemente sea ese el motivo por el que cada uno de nosotros solo somos conscientes de nuestra pequeña realidad en esta vida.

Pero, y aquí hay una reflexión importante, cada célula y cada órgano es imprescindible para que la totalidad sea viable, y sobre todo, cada una de esas células es susceptible de recuperar esa información y convertirse en una célula madre.

Imaginaros ahora, que en un momento determinado, las orgullosas e importantes neuronas deciden que las células del páncreas están equivocadas, que no tienen ni idea de la realidad del  cuerpo y que además son peligrosas porque pueden confundir a las células del hígado o a las de los riñones. Entonces estos vigías salvadores del cuerpo, deciden que hay que aniquilar a las células del páncreas, o tal vez encarcelarlas, aislarlas o enseñarles una nueva doctrina.

En cualquier caso las células del páncreas dejan de ser libres, de hacer su función o el último caso son aniquiladas.

¿Os suena de algo? ¿sabéis como se llama esto?

Se llama CÁNCER.

Y ¿sabéis porque al principio de este artículo definía el integrismo no solo como salvaje sino ESTÚPIDO?

Pues porque cuando las neuronas terminen su trabajo y acaben con el páncreas, el cuerpo  morirá y con él el cerebro y las orgullosas neuronas.

A lo mejor de esta forma llegamos a entender que lo que GOLPEA A UNO HIERE A TODOS.

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